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lunes, 18 de mayo de 2015

Cuatro meses junto a ti.


Cuatro meses desde que nos vimos por primera vez, mi niño. Cuatro meses de aprendizaje mutuo, de algunas lágrimas juntos, de errores que poco a poco voy mejorando. Cuatro meses de amarte con locura, de aprender cada detalle de tu cuerpo chiquitito, de ver cómo creces a pasos agigantados, de maravillarme con la naturaleza que ha permitido a mi cuerpo recibirte, acunarte, darte a luz y nutrirte desde mayo del año pasado y hasta la fecha.
Es increíble lo maravilloso que eres. Es increíble poder alimentarte de mi cuerpo, poder amamantar y ver cómo eso es suficiente para que crezcas sano y fuerte. Me siento, soy, afortunada de tener la cantidad de leche que tengo, aunque al principio me asustaba no tener control sobre lo que parecía cascadas de líquido blanco. Soy una afortunada, una bendecida por poder hacerlo por ti.
Eres un bebé muy tranquilo, lloras muy poquito, generalmente no más que un pequeño llantito cuando me demoro mucho en sacar la teta para que tomes (más de 20 segundos, que tranquilo y todo eres bien impaciente), y por lo mismo aún tengo grabado en el corazón el llanto desgarrador de cuando recibiste tus primeras vacunas. Me encantaría quitarte ese dolor, mi niño, tanto el pasado como el que vendrá, pero ya comprenderás que es mucho mejor un par de pinchazos cada cierto tiempo, que el riesgo de que te me enfermes.
Siento que hay una especie de magnetismo entre nosotros. Una fuerza, un lazo, una conexión, una energía. Es difícil describir, pero es que siento que tu cuerpito pequeño pertenece en mi pecho. Esa sensación la conecto con el concepto de la exterogestación, de que aún fuera de mi útero, tú y yo seguimos conectados y dependientes uno del otro. Sí, yo también dependo de ti, de tus sonrisas, de tus caricias, del sonido de tu respiración cuando duermes sobre mí… en general de tu existencia.
Siendo extremadamente subjetiva, eres el bebé más lindo que ha llegado a este mundo. Siento objetiva también opino lo mismo, y tu padre está de acuerdo. Tu sonrisa… aún no te ríes a carcajadas, pero tu sonrisa es tan maravillosa que ni hacen falta sonidos. Creo que eres un bebé feliz. Así te llamo a veces y sueles responderme con una sonrisa aún más grande, así que creo que sí, que eres feliz. Ya te he dicho muchas veces que esa es mi meta para ti; que lleves una vida que, ante todo, te haga feliz.
Esto de la maternidad se me ha dado mucho más fácil de lo que imaginaba. Por supuesto ayuda que tú seas como eres, y aunque aún me siento débil físicamente, mi espíritu va en alza día a día; porque diariamente trato de ser una mejor mamá para ti. Sé que no todo es perfecto; sobre todo en las mañanas cuando sé que lo que necesitas es que te sobe la espalda y tenga paciencia de tus movimientos bruscos, porque es cuando te atacan los gases y sólo tratas de hacerlos salir, y yo trato y trato de entretenerte con el chupete para poder dormir 5 minutitos más. Créeme que es algo que estoy en proceso de mejorar, pero mis ritmos circadianos son bastante obstinados y cuesta, aunque cada vez un poquito menos.
Duermes toda la noche, mi niño. Te acuestas entre las 20:30 y las 21:15 (rara vez estás despierto después de esa hora, no importa lo intranquilo que hayas estado antes, las 21:15 es tu "barrera") y, aunque a veces te muestras intranquilo alrededor de las 3 am, no es sino hasta las 5 de la mañana (preciso!) cuando pides leche nuevamente.
Te acostumbraste a dormir después de haber tomado leche de ambos pechos. Es la costumbre que más rápido has adquirido; una vez bastó probar y ya no necesitaste nada más. Duermes en tu cuna pegadito a nuestra cama, pero he adquirido la costumbre de dejarte durmiendo con nosotros después de alimentarte a las 5. Tú no lo necesitas, pero es que dormir junto a ti me hace sentirme completa. Eres una parte de mí. Eres lo más maravilloso que ha salido de mí, eres una manifestación viva de todo lo que tu padre significa para mí, y lo que yo significo para él. Pero, mi niño, eres también mucho más que eso.
Quiero acompañarte en cada uno de tus logros, y estoy ansiosa por cada cosa nueva que te espera, del mismo modo que quisiera congelar el tiempo para que siempre quepas en mis brazos… Ya lo dije, pero es que cuando estás en mis brazos me siento completa.
El día de la madre se celebró hace unas semanas en Chile. Realmente no es algo a lo que le vea gran relevancia desde el punto de vista celebrativo, pero debo admitir que se me humedecieron los ojos cuando temprano en la mañana despertaste, enderezaste tu cabecita, me miraste a los ojos y me sonreíste con una sonrisita cerrada de oreja a oreja que no te había visto antes, ni he vuelto a ver. Es el mejor regalo no esperado que me pudiste haber dado en ese día.
Quiero criarte con apego. Eso es lo que trato de hacer, pero día a día debo luchar con mi propio egoísmo, con la burbuja que tiende a cerrarse alrededor de mi cabeza cuando estoy cansada, y por ejemplo, te niegas a dormir una siesta aunque estés aún más cansado que yo. Lucho día a día con mis propios vacíos, con los errores que cometieron mis padres, con los errores que cometieron los padres de tu padre. Es que quiero para ti algo mejor que la mejor de las versiones de nuestras infancias combinadas. Quiero lo mejor para ti, y eso me da fuerzas para querer ser cada día una mejor versión de mi misma. Y cuesta, porque no es fácil ser responsable al 100% de un ser humano tan pequeñito, y a veces simplemente no hay más fuerzas físicas y dan ganas de parar 5 minutos y no se puede, y siento que ya no queda nada de mí en este cuerpo que te cambia pañales como hipnotizada, y lamento tanto eso, lamento sentirme aún débil físicamente, lamento flaquear y a veces no tener energías suficientes para hacer todo lo que podríamos hacer, pero a cambio de eso trato de darte todo el amor que pueda, y si hay algo que tengo, que siento por ti, es amor. Y espero nunca darte motivos para dudar cuánto te amo, ni cuan valioso eres para mí.
Gracias, mi niño, por enseñarme, por darme la oportunidad de equivocarme y por querer aprender conmigo. Hemos pasado por momentos difíciles juntos (sobre todo en la parte de lactancia) pero hemos salido victoriosos juntos. Tu padre y yo aprendemos más contigo, cada día, y estamos ansiosos por ver qué más nos enseñarás.
¡Si tuvieras idea, mi amor, cómo quiero descubrir el mundo junto a ti!

domingo, 17 de mayo de 2015

De sangrados, ICP, HELLP, Pre eclampsia y cómo Snoopy llegó a nuestras vidas - Parte VII


Ya parece mal chiste. Mi hijo va a cumplir 4 meses y yo aún no logro sacar adelante el último post de esta saga interminable para el lector. En fin, que aquí va, ya sin mucho detalle porque la memoria es más frágil de lo que parece.

Como dije en el post anterior, pasé de sentirme bien a sentirme un poco menos bien. Pensé que sería efecto de salir del hospital, el sentimiento me recordaba a salir de la casa luego de un par de días enferma, en mi infancia. Como que las luces eran muy brillantes, los sonidos lejanos, pero demasiado fuertes. Como salir de una burbuja. Pero fue bueno, muy bueno llegar a casa. Compartir con mi hermana y mi mamá ya sin todo el estrés del ir y venir, del riesgo inminente pero invisible en que pasé las últimas semanas, y lo mejor de todo, disfrutar a mi bebé maravilloso que nos tenía a las tres embobadas (al padre también, por supuesto).

El 27 en la noche me sentía particularmente cansada. Pensé, nuevamente, que se trataba de un efecto natural de despertar cada dos horas o menos para alimentar y mudar al niñito, así que no le di muchas vueltas. Pero esa noche, del 27 al 28, algo pasó. No recuerdo los detalles; creo que fue entre una de las veces que luego de cambiar paños, dejé a Snoopy en su cuna y volví al baño para hacer pipí, o lavarme las manos, o qué sé yo. Parece que para tomar paracetamol, porque tengo claro que no me sentía bien. La cosa es que al volver al dormitorio, Steffen estaba en mi lado de la cama, que es donde está la cuna, cuidando al bebé, que probablemente se había quejado (hasta el día de hoy, sólo llora en muy contadas ocasiones; él se queja cuando quiere algo). Y yo no tenía fuerzas para esperar a que Steffen se volviera a su lado, así que me metí a la cama en el lugar que había disponible. Y de ahí no desperté hasta el otro día. No reaccioné cuando mi hijo despertó nuevamente por hambre, no reaccioné cuando mi marido se levantó a calentarle la leche -que afortunadamente me había extraído para controlar la producción descontrolada que tuve la dicha de conseguir-, ni cuando me habló para tratar de hacerme reaccionar, si es que lo hizo. Al otro día me bañé, recuerdo, y a pesar de que la casa estaba altamente temperada, me puse el chaleco más grueso que tengo. Y ahí empezó mi cuerpo a hacer fiebre. Tan mal me sentía, que pude yo misma detectar y aceptar que tenía fiebre, llamar a Steffen para que comprara un termómetro (generalmente trato de hacerme la fuerte e ignorar los síntomas) porque necesitaba saber qué pasaba con mi cuerpo; había algo que simplemente no estaba bien.
Cara de enferma empezando a enfermarse...
La primera medición fue de algo más de 38°C. Me fui a dormir una siesta para ver qué pasaba, pero seguía con frío; el cuerpo seguía trabajando en elevar la temperatura corporal. Luego de dormir como 3 horas con ropa, envuelta en mi bata de levantarse y con ambas frazadas, la del marido y la mía, nueva lectura: 39,1°C, si la memoria no me falla.

Steffen llamó a la enfermera de la familia y, aunque yo me seguía oponiendo, a urgencias. Ya estaba oscuro cuando salimos, con mi bebito de apenas 5 días de nacido y bajo una lluvia suave pero abundante. Creo que eran alrededor de las 7 de la tarde, pero son detalles que en realidad no me valió la pena recordar. En la oficina de urgencias de Sandnes me tomaron la presión, hicieron muestras de orina y de sangre, palpación abdominal, etc. Un montón de cosas. La médico que me atendió supone una infección por restos de placenta, no me pregunten cómo se llama eso porque no me acuerdo. Algo con K??? Llama a la unidad de ginecología en el hospital de Stavanger, me deriva allá.

Vamos al hospital de Stavanger, caminamos interminablemente hasta la unidad de ginecología -el hospital es enorme, sobre todo cuando tienes fiebre o tienes que cargar con un bebé en su innecesariamente pesada silla de auto-. La llegada no nos alivió mucho; en la pura pasada vemos que ya hay dos mujeres hospitalizadas en el pasillo. No quiero ser la tercera. Tras una espera de al menos 2 horas, por fin nos pueden atender (aunque en el intertanto me tomaron la presión, muestras de sangre, orina, etc). La ginecóloga, muy profesional, me hizo millones de preguntas y, además, llamó a la misma ginecóloga que me había dado el alta en el lado de maternidad, que al parecer tiene más experiencia, y entre las dos me revisaron el útero y vieron que todo estaba bien; no había placenta ni indicaciones de infección en la zona. Sin embargo, todos mis síntomas mostraban que sí tenía una infección y el diagnóstico fue nada más y nada menos que "sospecha de infección". Tratamiento: hospitalización con monitoreo constante de presión, temperatura y respuesta inmune en la sangre, antibiótico a la vena y supositorios para bajar la fiebre.

¿Lo bueno? Por haber estado recién parida no tuve que quedarme en ginecología; sino que me dieron una pieza en maternidad, donde pude quedarme con Snoopy. A pesar de los antibióticos, que me tenían asustada por su bienestar, al menos estaríamos juntitos los dos, y podía seguir amamantando y teniéndolo cerca, como ambos necesitamos. Dato curioso, matrona o enfermera que pasaba por nuestro lado nos miraba con pena y preguntaba: "¿otra vez aquí?" o algo por el estilo.

Esa noche me bajó lo que acá llaman barseltårer, que no es otra cosa que una extrema sensibilidad producto del ajuste hormonal, que según dicen le pasa a todas las mujeres un par de días después de parir. No sé si tendrá algún nombre en español, si alguien lo sabe, que me informe por favor. Pero bien, me bajaron las lágrimas y prácticamente no podía dejar de llorar. Por tener que quedarme en el hospital, por tener que tomar antibióticos que aunque no fueran peligrosos igual se le iban a transmitir a mi hijo, por tener que quedarnos ahí sin Steffen, por separar a Steffen de su hijo, por… todo. Afortunadamente me tocaron muy buenas matronas (en realidad todas son geniales; sólo una en toda mi experiencia hospitalaria fue no-extremadamente-amable) que ya me conocían de mis estancias anteriores y comprendieron mi situación; me "animaron" a dejar todo salir, nos atendieron muy, muy bien.
El padre despidiéndose. Aún se me parte el alma al ver esta foto.

Así que ahí me quedé, con mi bebé recién nacido, sin poder parar de llorar y con una aguja inyectándome antibióticos, mientras la tecnóloga médico me tomaba muestras de sangre (unos tubos magistrales para hacer cultivos, que en total hacían como un litro, yo creo), de leche, de la sangre que me salía del útero y quizás de algo más, pero ya no me acuerdo. Cuando nos quedamos solos con mi bebé, y despertó para que lo amamantara, me miró con sus ojos grandes, miró alrededor –las luces detrás de mí- y me miró nuevamente con una expresión como diciendo: - "¿Otra vez aquí?". Pobrecito.

El día 29 yo seguía triste, pero mucho mejor de salud así que mi ánimo era de todas maneras diferente. Mi amiga J me fue a visitar, Steffen pasó el día conmigo. Una de las enfermeras, o quizás era matrona, ya me entran las dudas, muy maternal, logra ver lo desanimada que estoy y me dice que va a hablar con la doctora. Como mi tratamiento es cada 12 horas, en la mañana y en la noche, y no soy infecciosa ni hay riesgo para mí, a su ver no es fundamental que esté en el hospital todo el tiempo. Dice que tratará de conseguirme un "pase" para salir por un par de horas. Lo consigue (si algún día lees esto, ¡gracias, gracias de verdad!). Nos reunimos todos, mi mamá, mi hermana, los abuelos de Steffen, mi cuñado, mi suegra y nosotros 3, donde mi suegra. Comemos lasaña y, a pesar de que aún no me siento en un 100%, es maravilloso estar ahí. Volver al hospital y repetir el proceso de la noche anterior se hace menos difícil. Los resultados de los exámenes están también cada vez mejor. Vamos por buen camino.
El segundo día fue mejor, hasta hubo tiempo para disfrutar el desayuno.
Al día siguiente, el 30, me dan el alta, con receta de antibióticos suficientes para eliminar las bacterias del tracto intestinal de una cabra. No llegué a enterarme en qué parte de mi cuerpo tenía infección (me dieron el alta antes de darme los resultados de los exámenes), pero como ya me podía ir a casa, no me interesaba mucho. Y nos fuimos para la casa por fin, mientras yo juré y re juré que no volveré a pisar ese hospital ¡en un par de años al menos! Y, afortunadamente, hasta hoy así ha sido.

**Cosas buenas que sucedieron mientras estuve en el hospital:
[1] Snoopy "aprobó" su examen auditivo en ambos oídos; antes había tenido problemas con un lado producto del líquido amniótico.
[2] Durante los controles de presión observaron que mis niveles habían vuelto a la normalidad y me suspendieron la medicina contra la presión con que me habían dado el alta la segunda vez.