De ahí todo se junta en una gran burbuja de amor. Los tres juntitos, ambos padres embobados con el recién nacido, el recién nacido expulsando parte del meconio sobre la flácida panza de mamá, mamá pidiendo mirar la placenta sólo porque me dieron ganas de ver cómo era el órgano que nutrió a mi hijo durante todo ese tiempo. Todo se me hace hermoso de recordar, aunque supongo que la imagen mental que quien lo lea se debe estar haciendo –entre meconios y placentas- no es la más linda. Luego del alumbramiento y las diversas reparaciones que tuvieron que hacerme luego del parto, que afortunadamente no fueron muchas, se llevaron a mi bebé para medirlo, pesarlo y revisar que todo estuviera bien con él. Según leí antes, esto ocurre luego de 2 horas del nacimiento, pero sinceramente no tengo ni idea de cuánto tiempo pasó, supongo que para mí el tiempo se detuvo. Haciendo memoria, sé que tratamos de amamantar en el transcurso de esa hora, pero mi bebé no logró agarrarse apropiadamente. Dijeron que intentaríamos nuevamente más tarde.
Mientras Snoopy era revisado por el personal, me sacaron las diferentes mangueras y agujas que entraban y salían de mi cuerpo, y me ofrecieron/recomendaron intentar orinar. Yo acepté más que nada porque quería aprovechar de bañarme en la misma vuelta. La misma matrona que estuvo conmigo durante la última parte del parto, me ayudó a levantarme y caminar hasta el baño. Ahí, traté con gran esfuerzo de retomar control de mi vejiga sin resultados. Cuando ya me di por vencida y me puse de pie…**Despierta. ¿Quién soy? No veo nada. ¿Dónde CRESTA estoy? Recupero consciencia de mi cuerpo. Alguien me abraza. ¿Estoy borracha y se me apagó la tele? ¿Quién me abraza? ** Y todo volvió a mí. Mi primer desmayo de la vida, justito después de parir. Quién lo diría. Afortunadamente la matrona había entrado conmigo al baño (supongo que no es inusual que las recién paridas tengan episodios como este) y su rápido actuar evitó que me hiciera cualquier tipo de daño; cuando volví en mí ya había apretado el botón de emergencias y más personal, además de una camilla, esperaban por mi justo fuera del baño. Dijo la matrona que no estuve inconsciente por más de 20 segundos, tendré que creerle porque no tengo ni idea. Yo me sentí completamente bien una vez instalada en la camilla (considerando el efecto del parto, por supuesto) y pude experimentar por primera vez ser llevada en camilla, una experiencia interesanteJ. Llegué de vuelta a la habitación, entonces, en vehículo, ante la sorpresa y preocupación de mi maridito. La matrona me recomendó esperar hasta el día siguiente con el baño. Como no tenía ganas de partirme la cabeza contra el suelo, me pareció una buena idea. La verdad no estoy segura de sí nos trajeron de vuelta a Snoopy antes de que fuera al baño, o después, pero pronto después de mi desmayo nos llevaron al séptimo piso.
Nuestra idea original, antes de que toda esta aventura empezara, era quedarnos los tres en el hotel del hospital; que es lo habitual para nacimientos/partos sin riesgo. Sin embargo, como el mío NO fue un parto sin riesgo y necesitaba monitoreo constante para asegurarse de que mis niveles de todo volvieran a la normalidad, la idea quedó descartada de plano. En realidad eso no era un problema, la única desventaja es que, como seguía en el hospital propiamente tal, el marido no se pudo quedar conmigo. Como él también estaba cansado (fue un "coach" excelente, fundamental en la buena experiencia de parto que tuve), se vino a casa a dormir, con la promesa de regresar con mi mami y mi hermanitaJ.
Las horas entre que Steffen se fue y volvió se fueron en dormir un poco, tener mucho contacto piel con piel con mi bebé, y sobre todo tenerlo pegado a la teta –por algo empecé a producir colostro en la semana 16; ¡Era hora de ponerlo a buen uso!-. También recibí visita de mi suegra, que andaba en el hospital acompañando a su mamá (bisabuela de mi hijo), que estaba delicada de salud. Al rato volvió el marido con mamá y hermana a conocer al nuevo integrante de la familiaJ.
Yo ese día me sentía cansada, adolorida, pero considerando todo, bien. El segundo y el tercer día, 24 y 25 de enero, me sentí genial. Esos días se fueron principalmente en amamantar, amamantar, cambiar un par de paños, amamantar más, aprender cómo bañar a un bebé de forma rápida, segura y efectiva, amamantar, amamantar y… ¿ya dije amamantar?. También revisión médica y screenings para el bebé, conversaciones con la matrona, tomas de sangre y presión para la madre. Lo único "malo" de esos días fueron las muchas contracciones de esas postparto; dolorosas e incómodas.
El día 26 ya estaba desesperada por volverme a casa. Demasiadas noches lejos del marido, demasiadas noches en el hospital. Increíble lo mucho que se extraña la casa, la cama propia. A pesar de que ya tenía mis rutinas bien armadas y que me movía por los alrededores con total comodidad. ¡Mi casa es mi casa! Ese día me sentía un poco desganada, pero supuse que sería parte del efecto del par de noches que llevaba amamantando seguido y de querer irme a casa.
Para la hora que Steffen llegó a visitarme, y mientras esperábamos por el visto bueno de la doctora para darme el alta, me sentía afiebrada, y sentía el pecho derecho a punto de reventar (creo que coincidió con el día en que me bajó la leche, pero no estoy segura). Le expliqué a la matrona, y me enchufó inmediatamente en una bomba extractora de leche.
Me sentí un poco mejor, me dieron el alta, nos fuimos a casa (yo semidesnuda, ya que en el apuro descerebrado que invade a veces a mi marido, este se llevó en un primer viaje al auto no solo lo que le pedí que se llevara sino también mi ropa de calle y hasta mis zapatos), pero paramos en el camino para comprar una bomba eléctrica; ya me había dado cuenta de que la necesitaría.
De lo que no me había dado cuenta es que mi aventura en el hospital no había terminado ahí...