Una vez leí por ahí que los inmigrantes dejan de escribir en sus blogs cuando se adaptan al país al que llegan.
Yo no se si es mi caso; no se si he estado adaptada a Noruega desde el día uno o si nunca llegaré a adaptarme completamente (tampoco creo haber estado nunca realmente adaptada a mi Chile lindo).
Lo que sí creo que pasa, es que uno deja de escribir cuando se ve consumido por la rutina. Pero no me malinterpreten, no me refiero a esto como una cosa negativa, sino a cuando, mas o menos, la persona se hace de su propia rutina.
Si, creo que eso es lo que me pasa a mi.
Me levanto un par de minutos después que él, doy unas diez vueltas entre el baño y el dormitorio, subo medio vestida agarrando el resto de ropa que me falta del secador de ropa (o de la pila del sillón), pongo un poco de avena en el bol que él ha preparado para mi, le agrego un poco de mi leche de avena (tengo pendiente hacer un review de las leches no leches), 30 segundos en el microondas mientras guardo la leche de vuelta en el refrigerador y sorbeteo el café que él me dejó convenientemente en el camino. Tomo desayuno al lado derecho de él mientras alterno mi mirada entre la vista desde la ventana y las actualizaciones de los blogs en mi celular. Alrededor de las 8.22 pienso que es la hora limite, y que deberíamos bajar a lavarnos los dientes para irnos. Lo menciono en voz alta. Un par de minutos mas tarde, cuando ya es muy tarde, bajamos a ello. Tras eso lucho para hacerme entrar los zapatos - de baja calidad, que me compré para bajo uso y que he terminado usando nonstop desde la compra- mientras equilibro la cartera en un brazo y trato de no moverme muy brusco no vaya a ser que se me raje la chaqueta que me he puesto apurada.
Salimos, admiro el paisaje una vez que llegamos a la bajada de la colina desde la que se puede ver el lago que se ha convertido en mi segundo lugar favorito del pueblo (el primer lugar se lo lleva mi casa, por supuesto).
Un poco más allá en el camino, apenas veo el letrero que indica X poblado, giro mi cabeza hacia la derecha para ver entre las casas en busca de "la casa azul", una casa sin más punto de interés que el hermoso-pero-extraño tono de azul con que está pintada.
Más allá toca el momento en el que el 60% de las veces grito -"¡¡pony!!". Esto sucede cuando pasamos junto a la granja a la orilla del camino donde tienen ponies pastando. Un par de segundos después me río de él recordando aquella vez en que confundió con un "pony muy extraño" a una llama que pastaba un poco más allá.
Son cosas repetidas a veces por inercia, cosas a las que cualquiera le restaría importancia, pero para mi son esos pequeños detalles los que hacen que valga la pena estar aquí.
Yo no se si es mi caso; no se si he estado adaptada a Noruega desde el día uno o si nunca llegaré a adaptarme completamente (tampoco creo haber estado nunca realmente adaptada a mi Chile lindo).
Lo que sí creo que pasa, es que uno deja de escribir cuando se ve consumido por la rutina. Pero no me malinterpreten, no me refiero a esto como una cosa negativa, sino a cuando, mas o menos, la persona se hace de su propia rutina.
Si, creo que eso es lo que me pasa a mi.
Me levanto un par de minutos después que él, doy unas diez vueltas entre el baño y el dormitorio, subo medio vestida agarrando el resto de ropa que me falta del secador de ropa (o de la pila del sillón), pongo un poco de avena en el bol que él ha preparado para mi, le agrego un poco de mi leche de avena (tengo pendiente hacer un review de las leches no leches), 30 segundos en el microondas mientras guardo la leche de vuelta en el refrigerador y sorbeteo el café que él me dejó convenientemente en el camino. Tomo desayuno al lado derecho de él mientras alterno mi mirada entre la vista desde la ventana y las actualizaciones de los blogs en mi celular. Alrededor de las 8.22 pienso que es la hora limite, y que deberíamos bajar a lavarnos los dientes para irnos. Lo menciono en voz alta. Un par de minutos mas tarde, cuando ya es muy tarde, bajamos a ello. Tras eso lucho para hacerme entrar los zapatos - de baja calidad, que me compré para bajo uso y que he terminado usando nonstop desde la compra- mientras equilibro la cartera en un brazo y trato de no moverme muy brusco no vaya a ser que se me raje la chaqueta que me he puesto apurada.
Salimos, admiro el paisaje una vez que llegamos a la bajada de la colina desde la que se puede ver el lago que se ha convertido en mi segundo lugar favorito del pueblo (el primer lugar se lo lleva mi casa, por supuesto).
Lago |
sneak-peak de la casa azul, cortesía de Google Street View :) |
Son cosas repetidas a veces por inercia, cosas a las que cualquiera le restaría importancia, pero para mi son esos pequeños detalles los que hacen que valga la pena estar aquí.
Me gusta mucho mirar el antes y el después (o el ahora) en las rutinas, me parece increíble cómo van cambiando sin que una se de cuenta.
ResponderBorrarUn abrazo!!!!!!!!!!!!!!!