Ya parece mal chiste. Mi hijo va a cumplir 4 meses y yo aún no logro sacar adelante el último post de esta saga interminable para el lector. En fin, que aquí va, ya sin mucho detalle porque la memoria es más frágil de lo que parece.
Como dije en el post anterior, pasé de sentirme bien a sentirme un poco menos bien. Pensé que sería efecto de salir del hospital, el sentimiento me recordaba a salir de la casa luego de un par de días enferma, en mi infancia. Como que las luces eran muy brillantes, los sonidos lejanos, pero demasiado fuertes. Como salir de una burbuja. Pero fue bueno, muy bueno llegar a casa. Compartir con mi hermana y mi mamá ya sin todo el estrés del ir y venir, del riesgo inminente pero invisible en que pasé las últimas semanas, y lo mejor de todo, disfrutar a mi bebé maravilloso que nos tenía a las tres embobadas (al padre también, por supuesto).
El 27 en la noche me sentía particularmente cansada. Pensé, nuevamente, que se trataba de un efecto natural de despertar cada dos horas o menos para alimentar y mudar al niñito, así que no le di muchas vueltas. Pero esa noche, del 27 al 28, algo pasó. No recuerdo los detalles; creo que fue entre una de las veces que luego de cambiar paños, dejé a Snoopy en su cuna y volví al baño para hacer pipí, o lavarme las manos, o qué sé yo. Parece que para tomar paracetamol, porque tengo claro que no me sentía bien. La cosa es que al volver al dormitorio, Steffen estaba en mi lado de la cama, que es donde está la cuna, cuidando al bebé, que probablemente se había quejado (hasta el día de hoy, sólo llora en muy contadas ocasiones; él se queja cuando quiere algo). Y yo no tenía fuerzas para esperar a que Steffen se volviera a su lado, así que me metí a la cama en el lugar que había disponible. Y de ahí no desperté hasta el otro día. No reaccioné cuando mi hijo despertó nuevamente por hambre, no reaccioné cuando mi marido se levantó a calentarle la leche -que afortunadamente me había extraído para controlar la producción descontrolada que tuve la dicha de conseguir-, ni cuando me habló para tratar de hacerme reaccionar, si es que lo hizo. Al otro día me bañé, recuerdo, y a pesar de que la casa estaba altamente temperada, me puse el chaleco más grueso que tengo. Y ahí empezó mi cuerpo a hacer fiebre. Tan mal me sentía, que pude yo misma detectar y aceptar que tenía fiebre, llamar a Steffen para que comprara un termómetro (generalmente trato de hacerme la fuerte e ignorar los síntomas) porque necesitaba saber qué pasaba con mi cuerpo; había algo que simplemente no estaba bien.
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Cara de enferma empezando a enfermarse... |
La primera medición fue de algo más de 38°C. Me fui a dormir una siesta para ver qué pasaba, pero seguía con frío; el cuerpo seguía trabajando en elevar la temperatura corporal. Luego de dormir como 3 horas con ropa, envuelta en mi bata de levantarse y con ambas frazadas, la del marido y la mía, nueva lectura: 39,1°C, si la memoria no me falla.
Steffen llamó a la enfermera de la familia y, aunque yo me seguía oponiendo, a urgencias. Ya estaba oscuro cuando salimos, con mi bebito de apenas 5 días de nacido y bajo una lluvia suave pero abundante. Creo que eran alrededor de las 7 de la tarde, pero son detalles que en realidad no me valió la pena recordar. En la oficina de urgencias de Sandnes me tomaron la presión, hicieron muestras de orina y de sangre, palpación abdominal, etc. Un montón de cosas. La médico que me atendió supone una infección por restos de placenta, no me pregunten cómo se llama eso porque no me acuerdo. Algo con K??? Llama a la unidad de ginecología en el hospital de Stavanger, me deriva allá.
Vamos al hospital de Stavanger, caminamos interminablemente hasta la unidad de ginecología -el hospital es enorme, sobre todo cuando tienes fiebre o tienes que cargar con un bebé en su innecesariamente pesada silla de auto-. La llegada no nos alivió mucho; en la pura pasada vemos que ya hay dos mujeres hospitalizadas en el pasillo. No quiero ser la tercera. Tras una espera de al menos 2 horas, por fin nos pueden atender (aunque en el intertanto me tomaron la presión, muestras de sangre, orina, etc). La ginecóloga, muy profesional, me hizo millones de preguntas y, además, llamó a la misma ginecóloga que me había dado el alta en el lado de maternidad, que al parecer tiene más experiencia, y entre las dos me revisaron el útero y vieron que todo estaba bien; no había placenta ni indicaciones de infección en la zona. Sin embargo, todos mis síntomas mostraban que sí tenía una infección y el diagnóstico fue nada más y nada menos que "sospecha de infección". Tratamiento: hospitalización con monitoreo constante de presión, temperatura y respuesta inmune en la sangre, antibiótico a la vena y supositorios para bajar la fiebre.
¿Lo bueno? Por haber estado recién parida no tuve que quedarme en ginecología; sino que me dieron una pieza en maternidad, donde pude quedarme con Snoopy. A pesar de los antibióticos, que me tenían asustada por su bienestar, al menos estaríamos juntitos los dos, y podía seguir amamantando y teniéndolo cerca, como ambos necesitamos. Dato curioso, matrona o enfermera que pasaba por nuestro lado nos miraba con pena y preguntaba: "¿otra vez aquí?" o algo por el estilo.
Esa noche me bajó lo que acá llaman barseltårer, que no es otra cosa que una extrema sensibilidad producto del ajuste hormonal, que según dicen le pasa a todas las mujeres un par de días después de parir. No sé si tendrá algún nombre en español, si alguien lo sabe, que me informe por favor. Pero bien, me bajaron las lágrimas y prácticamente no podía dejar de llorar. Por tener que quedarme en el hospital, por tener que tomar antibióticos que aunque no fueran peligrosos igual se le iban a transmitir a mi hijo, por tener que quedarnos ahí sin Steffen, por separar a Steffen de su hijo, por… todo. Afortunadamente me tocaron muy buenas matronas (en realidad todas son geniales; sólo una en toda mi experiencia hospitalaria fue no-extremadamente-amable) que ya me conocían de mis estancias anteriores y comprendieron mi situación; me "animaron" a dejar todo salir, nos atendieron muy, muy bien.
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El padre despidiéndose. Aún se me parte el alma al ver esta foto. |
Así que ahí me quedé, con mi bebé recién nacido, sin poder parar de llorar y con una aguja inyectándome antibióticos, mientras la tecnóloga médico me tomaba muestras de sangre (unos tubos magistrales para hacer cultivos, que en total hacían como un litro, yo creo), de leche, de la sangre que me salía del útero y quizás de algo más, pero ya no me acuerdo. Cuando nos quedamos solos con mi bebé, y despertó para que lo amamantara, me miró con sus ojos grandes, miró alrededor –las luces detrás de mí- y me miró nuevamente con una expresión como diciendo: - "¿Otra vez aquí?". Pobrecito.
El día 29 yo seguía triste, pero mucho mejor de salud así que mi ánimo era de todas maneras diferente. Mi amiga J me fue a visitar, Steffen pasó el día conmigo. Una de las enfermeras, o quizás era matrona, ya me entran las dudas, muy maternal, logra ver lo desanimada que estoy y me dice que va a hablar con la doctora. Como mi tratamiento es cada 12 horas, en la mañana y en la noche, y no soy infecciosa ni hay riesgo para mí, a su ver no es fundamental que esté en el hospital todo el tiempo. Dice que tratará de conseguirme un "pase" para salir por un par de horas. Lo consigue (si algún día lees esto, ¡gracias, gracias de verdad!). Nos reunimos todos, mi mamá, mi hermana, los abuelos de Steffen, mi cuñado, mi suegra y nosotros 3, donde mi suegra. Comemos lasaña y, a pesar de que aún no me siento en un 100%, es maravilloso estar ahí. Volver al hospital y repetir el proceso de la noche anterior se hace menos difícil. Los resultados de los exámenes están también cada vez mejor. Vamos por buen camino.
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El segundo día fue mejor, hasta hubo tiempo para disfrutar el desayuno. |
Al día siguiente, el 30, me dan el alta, con receta de antibióticos suficientes para eliminar las bacterias del tracto intestinal de una cabra. No llegué a enterarme en qué parte de mi cuerpo tenía infección (me dieron el alta antes de darme los resultados de los exámenes), pero como ya me podía ir a casa, no me interesaba mucho. Y nos fuimos para la casa por fin, mientras yo juré y re juré que no volveré a pisar ese hospital ¡en un par de años al menos! Y, afortunadamente, hasta hoy así ha sido.
**Cosas buenas que sucedieron mientras estuve en el hospital:
[1] Snoopy "aprobó" su examen auditivo en ambos oídos; antes había tenido problemas con un lado producto del líquido amniótico.
[2] Durante los controles de presión observaron que mis niveles habían vuelto a la normalidad y me suspendieron la medicina contra la presión con que me habían dado el alta la segunda vez.